martes, 18 de abril de 2017

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS, Dino Buzatti, 1940

El pasado mes de marzo comentamos la obra del escritor italiano Dino Buzatti El desierto de los tártaros. Esta obra maestra, escrita en 1940, ha influido notablemente en la literatura de muchos escritores, tanto italianos como de otras nacionalidades. Su autor, que también era pintor y escenógrafo, realizó un diseño para la cubierta de la edición y su traducción española fue prologada por Jorge Luis Borges. Ha sido comparado con Kafka y Camus, aunque la obra posee además reminiscencias del Esperando a Godot de Samuel Beckett.

Considerada la gran obra de este polifacético escritor, se trata de una novela opresiva que narra la historia de un oficial destinado en una fortaleza aislada del mundo y anclada en la espera eterna de un enemigo -los tártaros- que nunca acaban de llegar. Drogo llega lleno de proyectos pero acaba sucumbiendo, como la mayor parte de sus compañeros de reclusión, a una molicie vital que acabará con todas sus ilusiones.



1 comentario:

  1. Hace años vi la versión cinematográfica de El desierto de los tártaros, de Valerio Zurlini. Tras haber leído el libro en el que se inspira, y a pesar de las continuas infidelidades, considero que el relato fílmico recrea correctamente el ambiente (tanto orográfico como espiritual) que el autor pretende transmitir. En mi opinión, se da un cierto contraste entre la aparente neutralidad engañosamente realista de la historia y el significado de esta. Los dos espacios en los que se desarrolla la acción -la ciudad y la fortaleza- pertenecen a ámbitos distintos: en cuanto el teniente Drogo abandona los límites urbanos, penetra en una dimensión diferente, ajena, más árida, pues se adentra ni más ni menos que en el desierto de su propio fracaso existencial. Tal incapacidad para asir con firmeza las riendas del propio destino me hace pensar, asimismo, en otra película, El ángel vengador, de Luis Buñuel, y en ese grupo de personas atrapados en sí mismos -aunque las apariencias muestren que se encuentran encerrados en un caserón burgués-. Con todo, en muchas de las páginas de El desierto de los tártaros, al autor se le sublima la pluma y nos regala deliciosas y eficaces descripciones de los paisajes aledaños a la fortaleza. Descripciones que, como decía, acompasan las rocas, los barrancos, los arenales, con los meandros casi siempre tortuosos del ánimo.

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