viernes, 25 de octubre de 2019

HOZUKI, LA LIBRERÍA DE MITSUKO. Haki Shimazaki, 2017

La novelista y traductora canadiense de origen japonés nacida en 1954  Haki Shimazaki es la autora de la obra con que inauguramos el curso 2019-2020 en el "Club de Lectura" de El Alquián. Hozuki, la librería de Mitsuko narra la historia de Mitzuko y su hijo Taro. El próximo 30 de octubre nos reuniremos para hablar de ella.









1 comentario:

  1. La novela está protagonizada por Mitsuko, librera de viejo y geisha contemporánea de fin de semana, una mujer de carácter radicalmente independiente, dispuesta cueste lo que cueste a llevar las riendas de su propia vida en cualquier circunstancia. Contrasta ásperamente con la personalidad de Kako, frágil señora de un diplomático, quien, a la postre, resultará ser la madre natural de Taro, el hijo sordomudo de Mitsuko.

    El relato gira en torno al nombre (y la ortografía japonesa) de una planta y su fruto comestible, el hozuki, llamado uchuva en español, cuyo aspecto es el de un pequeño tomate amarillento o anaranjado que nace envuelto en una especie de estuche o capullo vegetal. En el lenguaje nipón de las flores, el hozuki significa la mentira, toda vez que un entramado de mentiras, más o menos piadosas, es gran parte de la vida de Mitsuko ―sobre todo cuanto concierne al origen de su hijo.

    En realidad, Taro no es hijo de Mitsuko y un pintor español, como ella ha hecho creer a todo el mundo, sino que lo encontró abandonado en una caja, en la taquilla de una estación ferroviaria. En la caja también había una rama de uchuva con dos frutos maduros. Espontáneamente, cuando el gato Sócrates muere, Taro compra otra rama de la misma planta para enterrarlo.

    Las dos frutillas, por lo tanto, simbolizan la complementariedad de las personas. Mitsuko y Taro se complementan como madre e hijo adoptado. Kako, esposa de diplomático, y Mitsuko, la librera, se complementan como madre biológica y madre adoptiva. Taro y Hanako, la hija de Kako, se complementan, sin saberlo, por ser medio hermanos.

    En este relato de seres solitarios, de eslabones sueltos que acaban formando cadenas, tres seres abandonados son recogidos por manos caritativas: el bebé discapacitado, el gatito Sócrates y, al final del libro, el perrito blanco que Taro encuentra. A los que podemos añadir a Mitsuko y su madre, abandonadas por el esposo y padre, quienes han tenido que surcar duras experiencias vitales (una, la prostitución; otra, la cárcel).

    Ráfagas de reflexiones espirituales atraviesan la novela, por más que la protagonista parezca, como mínimo, agnóstica. Suelen ser de corte budista (la religión tradicional de los japoneses, en su variante sintoísta) o católico (la fe de la abuela, adquirida en prisión), en busca acaso de elementos comunes como el anhelo de verdad, la mentira, el sentido de la vida, el arrepentimiento.

    “Tú naciste para salvarme la vida”, le dice Mitsuko a su hijo en las últimas páginas. La mujer que había abortado y renunciado a la maternidad salva al inocente que halla abandonado en una caja y, con esta acción, la entrada del niño en su vida la salva a ella, al dotar a su vida de un sentido existencial. Tal es la simbología de la rama con dos uchuvas: los seres humanos lo somos en función de nuestra solidaridad con los demás.

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