La psicóloga polaca Olga Tokarczuk es la autora de Sobre los huesos de los muertos, obra que comentaremos el próximo 3 de diciembre en la reunión mensual del "Club de Lectura". Tokarczuk ejerció su profesión en distintos centros de salud mental hasta que sus obras comenzaron a hacerse populares y decidió dedicarse exclusivamente a escribir, actividad que compagina con sus clases de escritura creativa en la Univesidad de Opole, ciudad al sur de Polonia. Activista ecologista, milita en en el partido Los Verdes desde hace más de quince años.
La novela toma su nombre de un verso del poeta e ilustrador inglés William Blake (1757-1827), esotérico precursor del romanticismo: “Pasa tu arado sobre los huesos de los muertos”.
ResponderEliminarComo obra de una flamante premio Nobel, he de decir que me ha decepcionado. Me ha parecido una novela de tesis en la que la autora utiliza a sus criaturas para probar una idea: la naturaleza está en peligro, hay que actuar contra los culpables. La trama, relativamente simple, sigue un aparente esquema de novela policíaca y presenta personajes maniqueos: por un lado, los cazadores gordos, borrachos, crueles asesinos de perritas inocentes; por otro, Jennina, ingeniera y profesora de inglés, especie de Casandra que anuncia la catástrofe medioambiental sin que casi nadie la tome en serio.
La protagonista, portavoz de la cosmovisión de la autora, posee un marcado perfil New Age en el que se amalgaman ecología, animalismo, vegetarianismo, esoterismo y zodíaco, todo aderezado por un panteísmo difuso: el lector necesita muchas páginas para darse cuenta de que la autora no pretende ridiculizar dicha mixtura, sino que esta es, tal vez, la base de su pensamiento. Cuando las reclamaciones y denuncias por escrito a la policía no surten el efecto deseado ―lo cual no es de extrañar cuando algunos de los argumentos aportados por la señora tienen que ver con la posición de los astros en el firmamento―, Jennina decide tomarse la justicia por su mano y asesinar a quienes considera enemigos del planeta.
Algún periodista polaco acusó a la película Pokot (2017), de Ann Holland, basada en la novela que nos ocupa, de hacer apología del ecoterrorismo. Lo cierto es que algo hay en la obra sobre las soluciones individuales a lo Sylvester Stallone. Este hecho puede incomodar a más de un lector.
Sí me ha resultado curiosa la costumbre de la protagonista de aplicar a sus amigos y convecinos un nombre inventado, para ella más real que el del documento de identidad: Pandedios (que debería llevar tilde), Piegrande, etc. También me ha agradado la descripción viva y algo grotesca, casi expresionista, de algún personaje, como es el caso del dentista. Asimismo, me han resultado de interés algunas reflexiones sobre la zona donde se desarrolla la historia, el oeste de Polonia, junto a la frontera checa y no lejos de los Sudetes, comarca germana hasta la derrota nazi, tan relevante durante los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial y la posterior redefinición de lindes estatales al término del conflicto.
Añadiré que la traducción me ha resultado poco ágil: casi siempre he tenido la impresión de estar, precisamente, leyendo una traducción. El traductor usa hasta el hastío el doble adjetivo antepuesto (“la agitada y rojiza hierba”), propio de una redacción escolar, así como una irritante sustitución del pretérito indefinido donde debería usarse el pluscuamperfecto (“Dijo que encontró a alguien”).
En cuanto a la aplicación en el aula, la anécdota central de la historia puede muy bien utilizarse en clase para debatir sobre ecología, sobre nuestro papel y acciones en defensa del medioambiente y, por fin, para reflexionar sobre los excesos de los fanáticos que anteponen cualquier postura ideológica ―incluso aquellas que son, de por sí, virtuosas― a la propia vida humana.