sábado, 25 de enero de 2020

PRÍNCIPES DE MAINE, REYES DE NUEVA INGLATERRA. John Irving, 1985

El próximo miércoles 29 de enero tendrá lugar la primera reunión de 2020 del "Club de Lectura". Comentaremos Príncipes de Maine, reyes de nueva Inglaterra, del escritor estadounidense John Irving (1942).




1 comentario:

  1. Novela potente, densa pero fluida al mismo tiempo, en la senda de los grandes novelistas del XIX, a quienes el autor rinde constante homenaje ―sobre todo a Dickens―. No solo en características tan decimonónicas como la extensión del relato y el narrador omnisciente, sino también en el enfoque realista que a menudo entra de lleno en el naturalismo zoliano más descarnado (literalmente descarnado: pensemos en las descripciones vivísimas de los abortos).

    Una de las lecturas de la obra es que el fin justifica los medios. Larch miente y es tramposo, pero sus fullerías tienen siempre un objetivo noble, ya sea ayudar a una joven embarazada a su pesar, inventarse todo un currículo universitario para su heredero, Homer, o amañar el historial médico de su protegido con una supuesta dolencia cardíaca que lo exonere de ir a filas.

    Aunque aparecen argumentos de ambos extremos, la obra es abiertamente proabortista. Se publica en un momento de auge de la reconquista conservadora a cargo de Reagan y Thatcher a ambos lados del Atlántico, y trata de la forma más estridente, sin disimulos ni rubores, uno de los argumentos favoritos de la derecha americana (desde la trinchera contraria, por supuesto). Este espíritu contrario al ultraliberalismo se manifiesta también en la alabanza que el autor hace de las políticas de Roosevelt durante los años treinta, de corte keynesiano: básicamente, que el Estado debe intervenir para procurar la felicidad de la ciudadanía, y no dejar todo en manos del mercado.

    Y eso mismo es lo que hace Larch: intervenir para buscar el bienestar de gente necesitada. En inglés hace un juego de palabras con el doble significado del verbo deliver: Deliver babies, deliver mothers (traer niños al mundo, liberar a las madres).

    Con respecto a la buena adaptación cinematográfica a cargo del director sueco Lasse Hallström de 1999, cuyo guion firmó el propio Irving, me llaman la atención varias cosas. Primero, que no aparezca un personaje tan importante, tan rotundo, como Melony (quien tal vez mereciera toda una película para sí). Segundo, que el doctor Larch del celuloide tenga una vida sentimental y sexual con la enfermera Ángela, en contraste con el santo laico que pasea su existencia casi centenaria por las páginas de la novela: una especie de eremita que no bebe cerveza y renunció al sexo tras las patologías venéreas de su juventud.

    En definitiva, un novelón de los buenos, de los que le hacen un sano corte de mangas a los puñeteros microrrelatos: al fast food, fast watch, fast read de este mundo de lo efímero en el que nos ha tocado envejecer.

    Y al que no le guste, que calce el piano con él. Ea.

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