Marguerite Yourcenar (Marguerite de Crayencour, 1903-1987) es
una de las grandes escritoras de lengua francesa del siglo XX. De origen belga,
esta poeta, ensayista, dramaturga, traductora y, sobre todo, excepcional
narradora de novela histórica, es reconocida sobre todo por sus obras Memorias de Adriano (1951) y por la
excepcional obra que comentamos en el club de lectura el pasado 13 de enero: Opus nigrum (1968), considerada por muchos la mayor novela histórica del siglo XX.
Huérfana de madre desde su nacimiento, fue educada por su
familia paterna y recibió una sólida educación clásica desde muy temprana edad: leía a Racine y Aristófanes a la temprana edad de
ocho años. Su padre le enseñó latín a los 10 y griego clásico a los
12.
Publicó su primera novela, Alexis o el tratado del inútil
combate, en 1929. Diez años más tarde y para evitar del conflicto bélico
fue invitada a Estados Unidos por la traductora americana Grace Frick, a quien
había conocido en Paris en el año 1937. Impartió en Nueva York clases de
Literatura comparada y obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1947.
Yourcenar vivió la mayor parte de su vida en el estado de
Maine, en una casa, Petite Plaisance, compartida con su compañera
de vida Grace Frick. Ambas reposan en una pequeña tumba en el cementerio de
Somesville. La casa actualmente ha sido convertida en museo dedicado a su
memoria.
En Opus nigrum Yourcenar
realiza una interpretación magistral de un tiempo a caballo entre el Medievo y
el Renacimiento, donde conviven los nuevos conocimientos con las supersticiones
y conceptos trasnochados de un mundo destinado a su desaparición. Es en ese punto crucial de la historia, en la
Europa del siglo XVI, donde sitúa la escritora al médico, filósofo y
alquimista Zenón, un espíritu abierto a todos los conocimientos, especialmente
interesado en la relación entre el cuerpo humano y el cosmos.
En vano tratará de ocultarse bajo un seudónimo y disimular
sus actitudes. Cuando sobre él recaen sospechas por las que será condenado a
morir en la hoguera, nuestro protagonista se niega a retractarse públicamente
de las acusaciones que se le imputan pese a que ello supondría evitar la
hoguera, el fuego que tan bien conoce y tanto le aterra. Zenon no llega a
conocer el opus nigrum, liberación
del espíritu del lastre de la materia, pero ejecuta el acto de libertad suprema
eligiendo el momento de su muerte.
Son algunas de sus obras: El jardín de las quimeras (1921),
Los dioses no han muerto (1922), Alexis o el tratado del inútil
combate (1929), Los sueños y las suertes (1938), Cuentos
orientales (1938), Memorias de
Adriano (1951), Electra o la caída de las máscaras (1954), Opus
nigrum (1968), Teatro I y Teatro
II (1971), Recordatorios (1973) (primera parte de la
trilogía familiar El laberinto del mundo), Archivos del norte (1977)
(segunda parte de la trilogía familiar El laberinto del mundo),
Como el agua que fluye (1982)
o ¿Qué? La eternidad (1988)
(tercera parte de la trilogía familiar El laberinto del mundo,
publicación póstuma; inacabada).
Cuando en 1980 se convirtió en la primera mujer elegida miembro de
la Academia Francesa de Letras, uno de sus componentes declaró durante la
ceremonia: Yourcernar sigue siendo una
especie de misterio extremadamente célebre, una especie de oscuridad
luminosa.
Opus nigrum. Opus densum. Opus profundissimum. Esta obra en negro es cualquier cosa salvo un trabajo improvisado de fin de semana.
ResponderEliminarEntiendo que no es manjar para cualquier paladar; no son legión los amigos a quienes personalmente osaría regalar este libro. Desde el principio, Yourcenar parece haberse sentado ante su mesa camilla (¿hay mesas camilla en Bélgica?) y haberse planteado dos retos a sí misma: “Voy a explicar qué fue el Renacimiento” y “Voy a escribir un clásico”.
Y a fe mía que cumple ambos objetivos. Primero, apoyándose en un trabajo de documentación histórica y cultural de lo más exigente. Segundo, escogiendo un vocabulario excelso y acompasado a la época y condición de los personajes. Tercero, dotando de un hálito de significación histórica a anécdotas, vivencias y polémicas filosóficas (o teológicas, que todo es uno, o tal vez no).
Considero, además, que Yourcenar también rinde homenaje a la historia de su patria, que todavía no se llama Bélgica, a esa Flandes de los Habsburgo próspera y convulsa, artística y plutocrática, paredaña entre las naciones romances y el mundo germánico, entre el protestantismo y la contrarreforma, que pinta y comercia y debate e imprime bajo el cetro cada vez más extranjero de los monarcas españoles, sus inquisidores y sus recaudadores de impuestos.